Compromiso social y literatura: entrevista con Ignacio Castro Rey
Dada la situación que estamos
viviendo, el tema del compromiso social se está convirtiendo en una de las
principales preocupaciones de la sociedad en general y de los artistas en
particular. Para aclarar un poco algunos puntos importantes sobre el tema,
Ignacio Castro Rey, Doctor en filosofía por la UAM, nos ha concedido una
pequeña entrevista que esperamos que os guste.
TdE: En todos los talleres y libros sobre literatura hay siempre un tema que se repite: la relación del texto con el autor y sus circunstancias. ¿Crees que se puede escribir un libro sin dejar que el mundo del autor se refleje en él?
IC:
No, no lo creo, pero “el mundo del autor” es una expresión extremadamente
ambigua, de la misma manera que lo es la palabra “biografía”. Se podría decir la
literatura que existe, sencillamente, porque en una serie de cuestiones
cruciales estamos solos, sin remedio ni mundo. “Vivimos como soñamos, solos”,
dijo una vez Conrad. Creo que sin tomar un poco en serio esta verdad, tanto la
literatura antigua como la moderna se vuelven incomprensibles, o reducidas a
una colección de tópicos eruditos (lo cual es todavía peor).
Una
cosa es que en Lispector, Walser o Sebald se reflejen naturalmente estratos de
un entorno; muy distinto es que la literatura se limite a eso. Si hay un autor,
hay un salto mortal por encima de la sociología de las “circunstancias”. Si hay
literatura, es ella la que explica el “contexto”, y no al contrario. La
literatura existe porque existe también una ambigüedad radical en lo que
llamamos “mundo”. Únicamente la inflación de la sociología en el mundo moderno,
este desarrollo científico que difícilmente podemos separar de las tecnologías
de doma del hombre, ha permitido desdibujar el escándalo de la ambivalencia
real, este suelo sísmico del que brotan la novela y la poesía.
Andric
es, sin duda, uno de los productos del magma social balcánico de comienzos del
siglo XX. Sin embargo, entendemos ese “contexto” histórico a partir de la
invención de Andric, esa pirueta en el aire que es Un puente sobre el
Drina. La literatura redefine el contexto, a veces ayudando a producir
cambios sociales a partir de una creación ex nihilo, de un pacto
con el diablo del vacío. Esto explica por qué en el mundo contemporáneo, tan
“lleno”, ese pacto es extremadamente difícil. El narcisismo del mundo cultural,
su habitual falta de humildad en relación con las sombras, es el primer
obstáculo para la creación, por encima incluo de la presión obscena del
mercado. Los creadores que buscan el éxito se asustan ante unos márgenes donde
el público, las cámaras y los focos no están presentes. Sin embargo, ese borde
salvaje es crucial para que haya una obra. En relación con esto, existe otra
cuestión. Lo “social” es
tal vez un concepto posterior y más restrictivo que lo “popular”. En toda la literatura que
perdura —es maravillosa, en este sentido La piel, de C.
Malaparte— hay una absoluta pasión por lo popular, una fascinación que no
excluye una visión a veces muy cruda de la crueldad odiosa que atraviesa a los
pueblos. Nuestra preocupación por “lo social” es moderna y desconfía de todo
“populismo”: se refiere a lo popular ya encuadrado, organizado, estabulado por la
distribución de papeles que otorga la visibilidad de la sociedad civil. Por el
contrario, lo popular es un poco más bárbaro. La plebe de Genet, de Pasolini,
de Handke o de Malaparte, es una humanidad mítica que jamás entrará en los
cauces institucionales de lo moderno y estatal.
TdE: Muchos dicen que una excesiva
implicación por parte del autor puede llegar a “matar el arte”, que se supone
que va más allá de quien sostiene la pluma. ¿Estás de acuerdo con esto?
IC:
Estoy básicamente de acuerdo. No es el autor, tal sujeto particular armado con
su biografía, quien escribe. Muy lejos de esto, ocurre que una persona con una
especial sensibilidad, un individuo dotado de cierta potencia perceptiva y una
alta formación (con frecuencia autodidacta), logra que a través de él surjan
corrientes “impersonales”,
líneas de brujería, campos de fuerza más bien anónimos. El personaje del autor,
con su historia y sus manías, es la escalera a través de la cual surge la
fuerza de lo exterior, una forma original y nueva de relacionarse con lo
desconocido. Si esa mediación del control personal (las propias convicciones,
la biografía, la conciencia y los íntimos objetivos) no se derriba en el
momento justo, de ahí sólo sale un buen trabajo canónico. El “oficio” sólo
produce obras correctas y mediocres que no nos hacen pasar vergüenza, nada más.
Una obra de arte es otra cosa, por eso sigue siendo “actual” durante mucho
tiempo y atraviesa la estupidez de las épocas con una carga demoníaca. En Aprendizagem de
Clarice Lispector, por ejemplo, brilla una relación con lo “inhumano” que en
general nos asusta. Clarice ahí fue solo un “médium” para tal irrupción. Me
consta que esta frase suena un poco esotérica, pero creo verdaderamente que sin
algo parecido a un pacto con el diablo de lo espectral y lo “asocial”, no hay obra.
El
autor y su historia contextual representan el conjunto de condiciones
necesarias, pero esencialmente negativas, para que surja algo distinto a lo
personal. Como decía un clásico del siglo XX, la peor literatura se escribe con
los mejores sentimientos. Es necesario tenerlos, aunque acto seguido es
obligado violentarlos, ponerlos a prueba con la irrupción de corrientes
externas. Si no ocurre esto, estamos simplemente ante lo que se llama “ficción”, un género industrial que,
aunque a veces sea digno, tiene esencialmente la función “social” de acompañar
y entretener nuestros diarios desplazamientos laborales en transporte público.
Y creo que el efecto real de la literatura puede y debe ser muy distinto al de
complementar el sistema productivo.
TdE: Entonces, ¿crees que siempre debe
haber una intención detrás de la obra, o se puede escribir sin una motivación
concreta?
IC: Creo que el primer “compromiso” es con lo vivido,
que siempre está cargado de vértigo. Cuando el poeta estadounidense G. Snyder
habla de un “compromiso moral con lo no humano”, me parece que está dando en el
clavo, apuntando a una relación con la “barbarie” exterior, con la masa bruta
de vivir, sin la cual una obra se torna imposible. En tal sentido, por
paradójico que parezca, lo que habitualmente llamamos “cultura” es el peor
obstáculo para que de vez en cuando ocurra el milagro que llamamos arte. En
resumidas cuentas, con las mejores intenciones no se hace una obra. Si la
motivación es básicamente “ideológica”, difícilmente saldrá de ahí otra cosa
que un buen producto de escuela. Detrás de una novela o un poema que valga la
pena leer después de 100 años, como el Ulises de Joyce, existe
naturalmente una idea fija, una intencionalidad obsesiva, mil planes y un
inmenso oficio; pero también un derrape de sentido, una entrega al coro que
tenemos en la cabeza, que es ajena incluso a la conciencia del autor. Repito
que la fidelidad de éste debe ser sobre todo al pantano de la duda, al magma de
lo vivido, a las voces oídas. Si el “autor”, en definitiva, no ha pasado una
temporada en el infierno, a cien años luz de lo que llamamos sociedad y
cultura, probablemente no tenga mucho que contar. Además, en el campo de las
intenciones y los objetivos, ya está casi todo dicho.
TdE: La única intención de muchos
textos parece ser la de entretener: ¿crees que es una motivación “legítima”
para escribir un libro, o tiene que haber algo más?
IC: “Entretener” vuelve a ser una
palabra equívoca. Entretener, borrar el mundo y el tiempo, conseguir que
alguien se olvide sí mismo, es una de las cosas más difíciles del mundo.
La norma actual, y esto es algo muy distinto, es ceder al “programa” de entretenimiento
general, repetir los tópicos del mercado. Esto sólo lo hacen los autores que
realmente no tienen nada que contar, que no se han atrevido a estar solos. En
otras palabras, se trata de celebridades que escriben de oficio, como podían
dedicarse a cualquier otra cosa que les diera fama y dinero. Aquí las palabras
de Rilke creo que siguen siendo válidas: “Pregúntese si podría no escribir, si
podría dejar de hacerlo”. Basta que una obra pueda no ser hecha, para que sea
aconsejable dejarla. Si una novela o un poema no surgen de una imperiosa
necesidad, de algo muy parecido a la urgencia del hambre o el odio, es
sencillamente un “producto cultural”, algo bastante banal que se limita a
reflejar el contexto literario o histórico. Escribir no surge de haber viajado
y leído mucho. Eso sólo da lugar, repito, a un trabajo correcto que, aunque se
convierta en best-seller, se parece
demasiado a la información que ya circula.
TdE: Siempre nos han enseñado que los
grandes autores buscaban ese “algo más” en sus obras: el compromiso social. No
nos faltan ejemplos de libros que fueron el motor de cambios sociales muy
importantes, pero, ¿cuál es la verdadera función de este tipo de obras dentro de
la historia? ¿Puede la publicación de un libro sacudir los cimientos de la
sociedad, o la relación entre ambos eventos es meramente circunstancial?
IC: Me inclino por lo último. Además,
tampoco sé muy bien qué es eso del “compromiso social”. Céline tiene una
ideología más o menos fascista y, sin embargo, eso no resta un ápice de la
potencia generatriz de su escritura. ¿Cuál es el compromiso social de Borges? ¿Y
el de Handke? Es indiferente, pensando en la literatura que nos hiere y deja
una huella, la ideología del autor, sus intenciones, el compromiso social al
que apunta, etc. Todo eso es la morrena del glaciar, el material de arrastre
inevitable de una corriente que, propiamente hablando, no tiene más objetivo
que darle forma a una imperiosa vivencia que nos amenaza. Si la obra no brota
de este irracional objetivo casi médico,
curar a alguien de una experiencia que puede volverle loco, estamos todavía en
el terreno de la academia, a veces del periodismo. La piel de
Malaparte manifiesta un amor infinito por el pueblo italiano, pero esto lo hace
desde todo lo que ha violentado al autor, no desde una ideología que el autor
controle. Por lo demás, los efectos de un libro son imprevisibles. Con
frecuencia la mejor literatura está condenada a la clandestinidad; incluso
aunque sea premiada, permanecerá en buena medida sumergida. De todas formas, decía María Zambrano, si hay una
obra, el misterio de lo común ya está dentro, aunque el público no aparezca.
TdE: Ciertos movimientos artísticos,
como el romanticismo, se caracterizan por no hablar del mundo inmediato al
autor, sino de otros más o menos inventados. ¿Puede haber compromiso social sin
hablar de la sociedad?
IC: Nunca, ya desde Larra o Byron, y menos
aún desde el imperio aplastante de la información, la diferencia entre lo
“inventado” y lo “real” ha sido más ambigua. Sí, puede haber “compromiso
social” en una novela que hable únicamente de la soledad del ser humano, en
esta época y en cualquier otra. ¿Qué hay más “social”, más común (incluso
“comunista”) que la soledad del hombre, las dramáticas dificultades de
comunicación de cualquiera, aunque no sea un genio? En tal sentido, Memorias del subsuelo tiene
una carga “social” inmensa, precisamente porque está escrito desde la espiral
de aislamiento más perniciosa. Lo mismo se puede decir de los poemas de Álvaro de Campos,
uno de los heterónimos de Pessoa. Ocurre algo parecido con Carta breve para un largo adiós,
de Handke; la desolación es casi completa, y sin embargo la humanidad, y
“América”, se hacen presentes como en pocas novelas recientes.
TdE: Para provocar un cambio social a
veces es necesario ir más allá de la propia estructura: necesitamos cambiar las
normas morales. ¿Es posible hacer eso con un libro o hace falta algo más?
IC: Hace falta “algo más”, por sí
mismos los libros apenas pueden hacer nada. Hace falta un movimiento popular
dirigido por líderes que escuchan lo que un pueblo necesita, y esto poco tiene
que ver con los libros. La literatura no tiene la obligación de provocar un
cambio social, sino de entender la vida, esa vida común y enigmática que
siempre permanece sumergida bajo cualquier cambio. Pero para eso, para crear
algo nuevo, es necesario maltratar el propio cliché. Creo que era Pascal quien
decía que la verdadera moral comienza por transgredir las normas reinantes. De
todas formas, insisto: el efecto de la literatura es casi completamente
imprevisible. Y hoy en día, en esta sociedad tan maniatada por una
interactividad endogámica, es difícil que ningún libro cambie nada, excepto
quizás las modas que imperan en el mercado literario.
TdE: Ahora nos parecen muy
evidentes los cambios que ha sufrido la sociedad a lo largo del tiempo, pero,
¿cómo sabemos en qué dirección hay que tirar si no podemos fijarnos en el
futuro? ¿Se puede escribir simplemente reivindicando un cambio, o hay que tener
claro primero en qué debe consistir ese cambio?
IC: Cambiar es bueno por sí mismo,
destruyendo la seguridad del canon vigente. Pero no hay por qué “tirar” en
ninguna dirección, salvo que queramos averiguar los gustos del mercado; e
incluso eso me parece difícil. Repito en todo caso que nadie, y menos el
escritor, debe fijarse un objetivo externo a la necesidad inconfesable que le
dicta su vida, su obra. Sólo tenemos una vida: lo que hay de intransferible en
ella es nuestra primera y casi única propiedad. Es muy posible que todos los
grandes creadores sean personas de una única idea, de un único tema, aunque se
despliegue en cien escenarios distintos.
Bajo este drama late otra cuestión: es
muy posible que el tema de fondo de la literatura sea lo que no cambia, aquello
que no puede cambiar porque no pertenece en absoluto a la historia del hombre,
sino a un fondo de dolor y vértigo que hace que la literatura, a pesar de la
religión de la comunicación, siga existiendo.
TdE: El tiempo nos permite mirar
al pasado con perspectiva, pero, ¿crees que podemos percibir la importancia de
una obra contemporánea? ¿Es posible que haya libros que ahora pasen casi
inadvertidos, pero que algún día se señalen como hitos históricos?
IC: No sólo lo creo: estoy seguro de
que es así. La inmensa mayoría de los libros que “formarán parte de la
historia” hoy pasarán completamente desapercibidos, e incluso serán despreciados
por la crítica y el público. Ni siquiera está claro que sea fácil mirar el
pasado “con perspectiva”. ¿Cuánta gente valora y ha leído Cartas a un joven poeta?
La estupidez del mundo contemporáneo, en parte debido a la apisonadora del
mercado informativo, es completamente deprimente. Sólo con fijarse en el
destino de dos películas recientes y soberbias (norteamericanas, para más señas), Detachment (El profesor) y To the wonder…
es como para echarse a temblar. Es difícil que la denostada Inquisición
medieval haya sido más cruel y despiadada con las rarezas, con las herejías que
se atrevían a poner en duda el canon vigente, que esta sociedad del
conocimiento. La literatura y el cine tienen que ver con la violencia de la
verdad, no con la organización del conocimiento.
TdE: Por último, nos gustaría
plantearte la duda que todo escritor tiene, sobre todo cuando empieza en este
mundillo: ¿Comprometerse o no comprometerse? ¿Qué nos aconsejas?
IC: ¿Comprometerse con qué?, repito.
¿Con qué aspecto de nuestra compleja andadura hemos de comprometernos? Sobran
compromisos y campañas de solidaridad. Compromisos formales, institucionales,
establecidos, reconocidos… Hay sin embargo poca gente, en todos los campos, que
se comprometan con lo más oscuro de su experiencia, que viva de acuerdo con la
dureza que ha conocido; y esto último, en el fondo, es lo único importante si
estamos hablando de arte, de literatura, de moral o de política. No existe
ninguna necesidad de más escritores, de más artistas, de más poetas, y no sólo
porque se lea cada vez menos. Lo único verdaderamente importante que uno puede
preguntarse es cómo servir a su propia y más inconfesable experiencia, en qué
cree, a qué debe serle fiel. En otras palabras, ¿cómo puede estar a la altura
del peligro mortal que, lo quiera o no, le ha tocado en suerte? Esto no pasa
necesariamente por la escritura. En un buen bebedor puede haber más
“literatura” que en un mal escritor. Si se escribe necesariamente, la pregunta
de si se es o no un buen escritor debe hacerse poco y tiene una difícil
contestación. ¿Qué más da, si esa persona no puede hacer otra cosa, no puede
dejar de escribir? Ya lo dirá la historia. O no lo dirá nunca, pues no
olvidemos que la inmensa mayoría de las novelas o películas que habría que
conocer han sido vapuleadas por la historia.
TdE: ¿Algún mensaje para nuestros
lectores?
IC: Buscad dificultades que ofrezcan
resistencia, aquello que violente nuestro esterilizante narcisismo. Todo lo
demás es información y cultura, algo que sólo confirma nuestra inercia y
nuestra esclavitud, nuestra condición de público cautivo. A la postre, todo eso
es bastante aburrido y humillante, ajeno a la literatura que merece ser leída.
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