Géneros narrativos 9. Literatura infantil y juvenil
Ahora también en Del lapicero al teclado
Existe el tópico, demasiado extendido, de la que la literatura infantil y juvenil es un género menor y de mala calidad. Por supuesto que hay libros "malos" en este género, pero exactamente igual que los hay en otros. Tampoco es verdad que la literatura para niños tenga que ser ñoña; de hecho, toda obra para niños debería poder leerla con gusto un adulto, sobre todo teniendo en cuenta que, al menos en las edades más tempranas, los niños compartirán sus ratos de lectura con sus padres, que serán quienes les lean o les ayuden a entender lo que pasa. Julio Verne es un gran ejemplo: sus obras son perfectas cualquier niño al que le gustan las aventuras, y sin embargo gustan a todos los públicos. Por lo tanto, desterremos un poco el concepto de "literatura infantil" y propongamos en su lugar la "literatura para todos los públicos".
Temas
Sobre los temas de la literatura para niños se ha escrito mucho, y a menudo no han tenido en cuenta a los propios niños, que son los destinatarios últimos. Hay autores que dicen que deben ser tramas sencillas, blancas y con personajes que simbolicen a personas o sectores de la sociedad que ellos deberían conocer y que son buenos, y que deben huir de los asuntos polémicos o dolorosos, y fijan unos cuantos tabús. Bien, maticemos: el niño no vive en un mundo ideal, y sabe que una persona no tiene por qué ser buena sólo porque tenga un determinado trabajo o estatus social; por lo tanto, no le infantilicemos, enfrentémosle con el mundo real; eso sí, siempre de una forma que el niño pueda entender. Por ejemplo, existe mucha controversia con el tema de la muerte y la enfermedad: aunque no nos guste, ambas existen en el mundo del niño. Si se las ocultamos, lo único que vamos a lograr es que, cuando tenga que enfrentarse a alguna de ellas, el niño se sienta confuso y asustado. Todos los temas que afectan a la vida del niño deberían caber en su literatura. Por lo tanto, no es tanto una cuestión de temas adecuados, sino más bien de utilizar los medios adecuados.
Cómo contar la historia
Aunque una de las finalidades de la literatura infantil puede ser aleccionar o moralizar, no podemos hacerlo de manera demasiado evidente, porque lo que a nosotros nos parece delicado y adaptado a su edad, al niño puede resultarle ñoño o demasiado infantil. Si queremos saber lo que de verdad va a gustarle a nuestros lectores, tenemos que pensar como ellos, y mostrarlo todo desde su perspectiva y su escala de valores. Es decir, si por ejemplo tenemos a un personaje que se pasa el día chivándose de todos los que copian los deberes, lo más probable es que al niño no le guste ese personaje, porque rompe con lo que ve realmente en clase, aunque a un adulto le parezca que ese chico es un buen ejemplo.
Asimismo, el hecho de que nuestros lectores (por edad) no tengan tanta experiencia lectora no quiere decir que tengamos que explicarles absolutamente todo lo que pasa: al igual que los demás, también disfrutará atando hilos y sacando conclusiones sobre lo que va pasando; no lo olvidemos, estamos ejercitando la mente de un futuro lector. Tampoco es siempre aconsejable dividir a los personajes en buenos y malos: aunque es un recurso fácil y ayuda a definir mejor la trama y los personajes para ciertas edades, llega un momento en el que la persona empieza a crecer y se pregunta por qué un personaje es bueno y otro malo. Si no nos hemos preocupado de justificarlo, se nos verá el cartón, y nuestra historia perderá valor.
Personajes
En otros artículos ya comentábamos que el principal puente hacia el lector está en la empatía que despierten en él los personajes: los niños también son lectores, y por tanto los trataremos de igual manera; si queremos que la historia les mueva, debemos darles personajes con los que puedan identificarse, ya sea porque se basan en la vida real o porque responden a las aspiraciones del niño (un héroe, por ejemplo).
Para determinados tramos de edad, normalmente utilizaremos el recurso de los buenos y los malos, prácticamente planos, para que haya un conflicto claro y que el niño pueda seguir fácilmente. En edades más avanzadas, o para los lectores más asiduos, este recurso no servirá, y nuestros personajes tendrán que irse haciendo cada vez más redondos. Otro factor para evaluar este cambio será la extensión de nuestra obra: si es un relato de cinco páginas, posiblemente optaremos por dejar los personajes planos; si, por el contrario, tenemos planeado crear una saga, debemos tener en cuenta que el lector va a crecer mientras nosotros escribimos, y por lo tanto su evolución será un punto decisivo. Un recurso muy utilizado en este caso es empezar la obra fijando los roles de los personajes como si fueran planos y hacerlos cambiar poco a poco, enfrentándoles a conflictos que desafíen sus límites y les vayan dando una tercera dimensión; si al hacerlo, además nos vamos adelantando poco a poco al lector, nuestra obra será mucho más efectiva.
El lenguaje y la forma de hablar también son importantes: la característica principal de los personajes de literatura para niños es que se expresan de una forma que al lector le resulta accesible y agradable. Por lo tanto, huiremos de expresiones rebuscadas, tecnicismos y referencias que no formen parte de su realidad inmediata (por ejemplo, políticas).
Una obra para niños debe estar pensada para los niños, pero no convertirlos en una caricatura: los niños ven y aprenden mucho más de lo que algunos piensan, y viven en el mismo mundo que los adultos; aunque la forma de tratarlos sea algo distinta, los temas y las situaciones que aparecen en sus libros son tan universales como los de cualquier otro género.
Existe el tópico, demasiado extendido, de la que la literatura infantil y juvenil es un género menor y de mala calidad. Por supuesto que hay libros "malos" en este género, pero exactamente igual que los hay en otros. Tampoco es verdad que la literatura para niños tenga que ser ñoña; de hecho, toda obra para niños debería poder leerla con gusto un adulto, sobre todo teniendo en cuenta que, al menos en las edades más tempranas, los niños compartirán sus ratos de lectura con sus padres, que serán quienes les lean o les ayuden a entender lo que pasa. Julio Verne es un gran ejemplo: sus obras son perfectas cualquier niño al que le gustan las aventuras, y sin embargo gustan a todos los públicos. Por lo tanto, desterremos un poco el concepto de "literatura infantil" y propongamos en su lugar la "literatura para todos los públicos".
Temas
Sobre los temas de la literatura para niños se ha escrito mucho, y a menudo no han tenido en cuenta a los propios niños, que son los destinatarios últimos. Hay autores que dicen que deben ser tramas sencillas, blancas y con personajes que simbolicen a personas o sectores de la sociedad que ellos deberían conocer y que son buenos, y que deben huir de los asuntos polémicos o dolorosos, y fijan unos cuantos tabús. Bien, maticemos: el niño no vive en un mundo ideal, y sabe que una persona no tiene por qué ser buena sólo porque tenga un determinado trabajo o estatus social; por lo tanto, no le infantilicemos, enfrentémosle con el mundo real; eso sí, siempre de una forma que el niño pueda entender. Por ejemplo, existe mucha controversia con el tema de la muerte y la enfermedad: aunque no nos guste, ambas existen en el mundo del niño. Si se las ocultamos, lo único que vamos a lograr es que, cuando tenga que enfrentarse a alguna de ellas, el niño se sienta confuso y asustado. Todos los temas que afectan a la vida del niño deberían caber en su literatura. Por lo tanto, no es tanto una cuestión de temas adecuados, sino más bien de utilizar los medios adecuados.
Cómo contar la historia
Aunque una de las finalidades de la literatura infantil puede ser aleccionar o moralizar, no podemos hacerlo de manera demasiado evidente, porque lo que a nosotros nos parece delicado y adaptado a su edad, al niño puede resultarle ñoño o demasiado infantil. Si queremos saber lo que de verdad va a gustarle a nuestros lectores, tenemos que pensar como ellos, y mostrarlo todo desde su perspectiva y su escala de valores. Es decir, si por ejemplo tenemos a un personaje que se pasa el día chivándose de todos los que copian los deberes, lo más probable es que al niño no le guste ese personaje, porque rompe con lo que ve realmente en clase, aunque a un adulto le parezca que ese chico es un buen ejemplo.
Asimismo, el hecho de que nuestros lectores (por edad) no tengan tanta experiencia lectora no quiere decir que tengamos que explicarles absolutamente todo lo que pasa: al igual que los demás, también disfrutará atando hilos y sacando conclusiones sobre lo que va pasando; no lo olvidemos, estamos ejercitando la mente de un futuro lector. Tampoco es siempre aconsejable dividir a los personajes en buenos y malos: aunque es un recurso fácil y ayuda a definir mejor la trama y los personajes para ciertas edades, llega un momento en el que la persona empieza a crecer y se pregunta por qué un personaje es bueno y otro malo. Si no nos hemos preocupado de justificarlo, se nos verá el cartón, y nuestra historia perderá valor.
Personajes
En otros artículos ya comentábamos que el principal puente hacia el lector está en la empatía que despierten en él los personajes: los niños también son lectores, y por tanto los trataremos de igual manera; si queremos que la historia les mueva, debemos darles personajes con los que puedan identificarse, ya sea porque se basan en la vida real o porque responden a las aspiraciones del niño (un héroe, por ejemplo).
Para determinados tramos de edad, normalmente utilizaremos el recurso de los buenos y los malos, prácticamente planos, para que haya un conflicto claro y que el niño pueda seguir fácilmente. En edades más avanzadas, o para los lectores más asiduos, este recurso no servirá, y nuestros personajes tendrán que irse haciendo cada vez más redondos. Otro factor para evaluar este cambio será la extensión de nuestra obra: si es un relato de cinco páginas, posiblemente optaremos por dejar los personajes planos; si, por el contrario, tenemos planeado crear una saga, debemos tener en cuenta que el lector va a crecer mientras nosotros escribimos, y por lo tanto su evolución será un punto decisivo. Un recurso muy utilizado en este caso es empezar la obra fijando los roles de los personajes como si fueran planos y hacerlos cambiar poco a poco, enfrentándoles a conflictos que desafíen sus límites y les vayan dando una tercera dimensión; si al hacerlo, además nos vamos adelantando poco a poco al lector, nuestra obra será mucho más efectiva.
El lenguaje y la forma de hablar también son importantes: la característica principal de los personajes de literatura para niños es que se expresan de una forma que al lector le resulta accesible y agradable. Por lo tanto, huiremos de expresiones rebuscadas, tecnicismos y referencias que no formen parte de su realidad inmediata (por ejemplo, políticas).
Una obra para niños debe estar pensada para los niños, pero no convertirlos en una caricatura: los niños ven y aprenden mucho más de lo que algunos piensan, y viven en el mismo mundo que los adultos; aunque la forma de tratarlos sea algo distinta, los temas y las situaciones que aparecen en sus libros son tan universales como los de cualquier otro género.
Publicado por Gileblit
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