La ley del decoro
La creación de los personajes es una de las partes más divertidas de la planificación de una obra de teatro, una novela, un relato... pero hay que hacerlo con cuidado si queremos que cumplan la ley del decoro. ¿En qué consiste esa ley? En que actúan de manera coherente con su personalidad. Parece sencillo, ¿verdad? Sin embargo, hay veces que no nos centramos lo suficiente a la hora de crear el carácter de los personajes y, en algunas escenas, nuestros personajes cambian de una manera tan drástica que es difícil reconocerlos.
Este tipo de fallos suelen salir cuando hacemos una lectura reposada de la novela después de escribirla: de pronto nos damos cuenta de que, en la escena angular de la novela, un personaje no se está comportando como debería, pero hacerle cambiar de actitud conllevaría un cambio sustancial de la trama o del propio personaje. ¿Qué podemos hacer en esta situación? Lo primero, no desesperar. Respira hondo y valora los daños: a lo mejor sólo hay que hacer cambios en una o dos escenas porque nos hemos despistado sólo en un momento muy concreto. Si no es el caso, tenemos varias opciones (vaya por delante que ninguna será fácil de aplicar y que todas nos llevarán tiempo y muchas correcciones posteriores):
1. Reescribir hasta el final. Cambiaremos la primera escena dañada intentado que el efecto o las consecuencias que provoca sean parecidos y reescribiremos todo lo que no se corresponda hasta llegar al final.
2. Reescribir desde el principio. Puede ser que, en esa escena, nuestro personaje haya tomado una dimensión que nos guste más que aquella con la que lo diseñamos; a esto se le suele llamar el «crecimiento del personaje»: conforme vamos escribiendo, toma vida y se rebela contra lo que teníamos pensado para él. En estos casos, lo más práctico sería conservar las escenas en las que el personaje ya ha adquirido su nueva personalidad y cambiar las anteriores.
3. Motivar el cambio. Es decir, si nuestro personaje sufre un cambio que podemos justificar de alguna manera (por ejemplo, era muy cobarde y de pronto se enfrenta a alguien más fuerte que él), podemos introducir el cambio en una escena anterior o incluir una motivación suficiente (por ejemplo, que estén amenazando a alguien a quien quiere).
Como habéis visto, las soluciones existen, pero, como dice la sabiduría popular, mejor prevenir que curar, así que, ¿qué podemos hacer para que nuestros personajes cumplan siempre la ley del decoro y no tengamos que corregir este tipo de errores? Sólo hay una forma: conocer a nuestros personajes. Crear sus descripciones físicas está bien, pero ésto no es cine: lo que más va a importar es cómo son por dentro. Para probarlos, podemos imaginarlos en distintas situaciones (aunque luego no vayan a enfrentarse a ellas en la novela) y plantear todas las posibles reacciones que podrían tener. Si son demasiadas, nuestro personaje aún está un poco desdibujado: necesitaremos moldearlo un poco más. Por supuesto, una vez que los conozcamos, deberemos asegurarnos de que son como deben en todas las escenas de la novela.
¿Alguna vez os habéis enfrentado a algún problema con la ley del decoro? ¿Cómo lo solucionasteis? Dejádnoslo en la caja de comentarios.
Este tipo de fallos suelen salir cuando hacemos una lectura reposada de la novela después de escribirla: de pronto nos damos cuenta de que, en la escena angular de la novela, un personaje no se está comportando como debería, pero hacerle cambiar de actitud conllevaría un cambio sustancial de la trama o del propio personaje. ¿Qué podemos hacer en esta situación? Lo primero, no desesperar. Respira hondo y valora los daños: a lo mejor sólo hay que hacer cambios en una o dos escenas porque nos hemos despistado sólo en un momento muy concreto. Si no es el caso, tenemos varias opciones (vaya por delante que ninguna será fácil de aplicar y que todas nos llevarán tiempo y muchas correcciones posteriores):
1. Reescribir hasta el final. Cambiaremos la primera escena dañada intentado que el efecto o las consecuencias que provoca sean parecidos y reescribiremos todo lo que no se corresponda hasta llegar al final.
2. Reescribir desde el principio. Puede ser que, en esa escena, nuestro personaje haya tomado una dimensión que nos guste más que aquella con la que lo diseñamos; a esto se le suele llamar el «crecimiento del personaje»: conforme vamos escribiendo, toma vida y se rebela contra lo que teníamos pensado para él. En estos casos, lo más práctico sería conservar las escenas en las que el personaje ya ha adquirido su nueva personalidad y cambiar las anteriores.
3. Motivar el cambio. Es decir, si nuestro personaje sufre un cambio que podemos justificar de alguna manera (por ejemplo, era muy cobarde y de pronto se enfrenta a alguien más fuerte que él), podemos introducir el cambio en una escena anterior o incluir una motivación suficiente (por ejemplo, que estén amenazando a alguien a quien quiere).
Como habéis visto, las soluciones existen, pero, como dice la sabiduría popular, mejor prevenir que curar, así que, ¿qué podemos hacer para que nuestros personajes cumplan siempre la ley del decoro y no tengamos que corregir este tipo de errores? Sólo hay una forma: conocer a nuestros personajes. Crear sus descripciones físicas está bien, pero ésto no es cine: lo que más va a importar es cómo son por dentro. Para probarlos, podemos imaginarlos en distintas situaciones (aunque luego no vayan a enfrentarse a ellas en la novela) y plantear todas las posibles reacciones que podrían tener. Si son demasiadas, nuestro personaje aún está un poco desdibujado: necesitaremos moldearlo un poco más. Por supuesto, una vez que los conozcamos, deberemos asegurarnos de que son como deben en todas las escenas de la novela.
¿Alguna vez os habéis enfrentado a algún problema con la ley del decoro? ¿Cómo lo solucionasteis? Dejádnoslo en la caja de comentarios.
Publicado por Gileblit
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